martes, 21 de marzo de 2017

LETANÍA II

Letanía del culto prohibido
(Publicado por revista La Mejor 2011)

Jorge Arturo Díaz Reyes

Toro rojo de Altamira, toro albahío del Nilo, toro berrendo de Creta, toro cárdeno de Guisando. Becerro dorado del desierto. Toro marmóreo de Grecia y Roma. Toro brillante de las constelaciones.
Toro sacro de cultos milenarios. Toro que sobreviviste a todo. Aun a esta plaga prolífica y sucia que se ha robado la tierra, el agua y el aire. Toro que te has hecho adorar por el peor enemigo.

Toro bravo, toro de lidia, toro de Europa y América. Aun eres el único ser que ese bípedo astuto no mata a traición. Aun eres el único con el que se bate de igual a igual, cara a cara. Aun eres el único que honra en ceremonia ritual, de mutua entrega. Aun eres el único sagrado al que ofrenda y se ofrenda en sacrificio, como avergonzado por la cotidiana masacre que perpetra con todas las especies.

Toro de los tiempos, que todavia recuerdas a este mono lampiño que no siempre fue tirano impune del planeta. Que aún le recuerdas, qué como tú es vulnerable y mortal, y que antes de que se armara hasta los dientes con su monstruosa tecnologíatenía que arriesgar el cuero si es que pretendía matar.

Toro que aun invicto, anunciado por fanfarrias, pisas altanero el ruedo, con tus astas en alto, y soberbio te haces admirar y arrancas gritosFuerza de la naturaleza, que aún le metes miedo al amo del planeta, le pones frente a su frágil pequeñez, le impones reverencia y le obligas la liturgia de un rito. El único rito real que conserva. El único no alegórico, en el que purga su decencia perdida, y expía su abusiva cobardía con todos los demás animales, acorralados, esclavizados y asesinados a mansalva.

Rito de honor, en el cual el hombre quiere probarse que aun pude ser valiente, leal y digno de mirarte a los ojos. Que aun pude ser capaz de medir contigo, sin ventajas, las dimensiones que le hacen humano; la ética y la estética. Que aún puede luchar por su vida, no solo sin trampa, sino con gallardía y arte. Que aún puede aceptar que el inexorable final, sea un albur entre tú y él, frente a frente, dándose la oportunidad, como en los orígenes, cuando no era ecologista sino ecológico.

Toro deidad del rito consagrado a la redención de la gran fatalidad humana: no hay vida sin muerte, sin dolor, sin pena. Toro propiciatorio del sacrificio a la gran epifanía: nacer vivir y morir son uno, en tres actos, y ninguno tiene porque ser sórdido, indigno, infame. Toro que concelebras en fiesta la tragedia del ser. Toro que enseñas que el riesgo de vivir puede ser bello y digno, asumido con un poco de valor y honor.

Ya solo existes por esta pompa en la que mueres como vives, luchando, con identidad y veneración, a una edad por lo menos cuatro veces mayor de la que permiten alcanzar a la mayoría de tus congéneres. Ya solo esta ceremonia honda, prehistórica, permite que tu especie subsista, que no desaparezca tu casta del mundo-feudo de la bestia sapiens.

Pero tus defensores de oficio la maldicen, la execran, la prohíben. Para que no mueras en la corrida, para que no vivas en ella. Para que no les recuerdes más con esa herejía, que han renunciado al honor, al arte y la verdad. Para que no les enrostres más que con taparse la cara ante tu muerte, no pueden disimular sus crímenes contra  natura. Para que no les refutes más esa estupefacción falaz de la vida terrena sin dolor y sin final. Para que no inquietes más a sus melindrosas e hipócritas conciencias, necesitan borrar tu estirpe de la tierra.

 Con su farisea caridad, claman por que tú y todos los tuyos vayan indefensos, al asesinato aleve, oculto, vergonzante de los mataderos, o del oscuro toril, en las plazas donde han hecho de la corrida una farsa, sicaria y sin razón. Para que sus corazones trémulos continúen sin sentir lo que sus ojos no quieren ver, que te masacren lejos, anónima y masivamente como a los otros animales.

Para que los torturadores no te sigan criando con mimo en tu hábitat. Para que los sádicos no te sigan alabando en su rito. Para que los bárbaros no continúen venerándote y construyendo una cultura y un arte a tu alrededor. Para que no tengas nombre, para no tengas historia, para que no tengas futuro, para que no seas emblema de patrias renegadas. Para que no hagas felices a quienes te aman. Para que descansen quienes no pueden tolerar esa felicidad ajena. Para que impongan su libertad de prohibirlo todo. Para eso, es necesario que desaparezcas.

Debes dar paso a su civilización, a la posmodernidad, a la mono-cultura global. Ya no hay sitio para ti en este imperio de la imagen, donde las  cosas no son como son sino como aparentan. Para que sobre la negación de la realidad sostengan su delirio de que la muerte y el sufrimiento, son solo cosas que pasan en la televisión.

Para que sus delicados y puros espíritus puedan seguir creyendo que viven sin matar un solo ser; ni un pez, ni una flor, ni una bacteria… Para sostener el moralismo irracional, tú debes extinguirte, tu culto debe ser abolido, tus templos dedicados al mercado, tus hierofantes reprobados, tus fieles dispersados y tus campos consagrados a la crianza de filetes, embutidos y hamburguesas.

Toro dios de las corridas, millones de años te han traído hasta hoy. Toro, compañero, que con el hombre has hecho el camino de la historia. Toro celeste que le hiciste conocer el miedo a Gilgamesh. Toro soberbio que aun castrado postraste a los faraones. Toro terrible que danzaste con  los jóvenes minoicos entre tus astas. Toro colorado de Tartessos por el cual pelaron a muerte Gerión el triple y Hércules el invicto.  

Toro irresistible que raptaste a la fenicia Europa. Toro de fuego que desafiaste la espada de Teseo en Maratón. Toro que combatiste con gladiadores y fieras. Toro guerrero, vanguardia de los hirsutos íberos. Toro de Andalucía que hiciste toreros a Malique, Musa y Gazul. Toro fiero que honraste al Cid Campeador en la plaza de Alamillo. Toro de Valladolid que solo te humillaste ante Pedro Regalado. Toro natal de Felipe II que peleaste con Carlos V emperador. Toro del Jarama que venciste y pisoteaste a Don Quijote.

Toro transatlántico que bravío enseñoreaste los campos y las plazas de América. Toro de las ocasiones, las penas y las celebraciones. Toro que inmortalizaste a unos carpinteros de Ronda, y a unos carniceros de Sevilla, y unos saltimbanquis de Navarra, y a unos peones en México. Toro asaz que mataste a Expósito en El Puerto. Toro de Bracamonte que mataste a Hillo en Madrid. Toro de la Viuda que santificaste a Joselito en Talavera. Toro de Manolo Granero, Manuel Báez Litri, Curro Puya, Montes, Alberto Balderas, Ballesteros, Pérez, y Sánchez Mejías, Pastor, Varelito, Pascual Márquez Díaz… Toro de vida y muerte.

Toro de santos y pecadores, de ricos y pobres, de amos y siervos, de creyentes y escépticos. Toro de las victorias y las derrotas, de alegrías y tristezas, de fiestas y duelos. Toro que hiciste llorar a Lorca por Ignacio. Toro que hiciste pintar a Goya, y a Manet, y a Picasso. Toro que causaste una música, un teatro, una danza, una poesía, una escultura, una ciencia, una cultura.

Toro de Alfonso el Sabio, de Unamuno, de Ortega. Toro del Ronquillo, del Marinillo,  del hombre del casino provinciano... Toro de todos, toro espléndido que con tus despojos les has alimentado, vestido, calzado, armado, enriquecido, pero más, les has hecho sentir leales y valientes y le has enseñado una manera de la dignidad sin crimen, sin cobardía y sin mentira.

Ni las bulas papales, ni los decretos reales, ni las leyes políticas, ni las infamias de gleba, ni las imposiciones foráneas, han logrado aniquilarte aboliendo tu culto. Aquí estás, por él y para él. Aunque cada vez tu espacio disminuya, cada día tu respeto merme, cada esnobismo traiga menos comprensión y cada generación más intolerancia, tú, aquí estás, porque tu oficio, la corrida, sigue.

Y al sonar el clarín, saldrás de nuevo al ruedo, a encarar tu destino y el de tus oficiantes, a recordarle a tu feligresía sus orígenes, aquellos tiempos naturales cuando nacían, vivían y morían piel a piel, mano a mano, con los otros animales. Cuando no se habían designado a sí mismos dueños de cielo y tierra, centro del universo, abusadores de todo. Saldrás y les dirás de nuevo que no son tan fuertes como creen, que no son tan inmortales como quisieran, que no son tan omnímodos como pretenden. Y les conmoverás y les abrumarás y les admirarás, mostrándoles cómo es que se afronta el sino trágico de la existencia.

Y harás temblar el suelo con tu galope y solo el valiente será capaz de esperarte a pié firme, y solo el artista convertirá el encuentro en fugaz escultura, y solo el sabio descifrará tus reacciones y solo el maestro logrará encausarlas, y solo el digno podrá igualarse y jugar limpiamente su vida contigo hasta el final.

Pero valentía, dignidad, lealtad, verdad… son valores a la baja. El pragmatismo reinante en este globo superpoblado, contaminado y ferozmente competitivo, los halla inconvenientes, anacrónicos, brutos. Ya el éxito no exige ser así, mejor, el éxito exige no ser así. La emboscada, la mansalva, la ventaja, el engaño son los modos triunfantes. La ética de la paz y la guerra es otra. La publicidad maneja las masas consumidoras como la flauta de Hamelín a los ratones. Ciudades enteras pueden desaparecer cuando a miles de kilómetros un héroe, que ni siquiera las conoce, aprieta un botón. La economía de la humanidad se juega en las especulaciones de la bolsa, por los más vivos. Que un mundo así no tolere la caballeresca decencia del toreo es lógico. Miserablemente lógico.

 Quienes teniendo el poder sobre los hombres, usan la moralidad como garrote, y dictan y eliminan, herencias, tradiciones, costumbres a su gusto, han satanizando ese culto, le han perseguido, le han desterrado, le han reducido a unos cuantos países, pero no han podido borrar de sus gentes el arrobo ancestral que les inspira su permanencia. Van, peregrinan en multitud, lejos de sus vigilantes, a las fiestas de toros, a reencontrarse, a mirarle, a exponerse, a probarse  ante él, a tocarle si pueden. Abismados en la significación misteriosa, en la tremenda belleza, en la fuerza de sus rituales. Devotos, asombrados o aterrados a tenor de sus prejuicios, pero ninguno indiferente.

 Porque pese a todo, el asunto es más profundo que los prejuicios, las leyes y la misma cultura. Tiene que ver con los instintos que definen la especie. Los prejuicios las leyes y la cultura son una reciente capa que hemos echado sobre los millones de años de nuestra identidad biológica. En esos planos profundos es que obra el arte del toreo, como todas las artes, en lo hondo de las respuestas y sentimientos que subyacen muy debajo de la razón. A despecho de las imposiciones, de las modas, de las temporales conveniencias y de nuestro engreimiento, seguimos siendo una familia de primates.  Con una sofisticada cultura sí pero primates.  
Jorge Arturo Díaz Reyes, Cali, 2011



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